sábado, 12 de enero de 2013

La operación



09 de noviembre de 2012
   Y llegó el día de la operación. Otro trámite obligatorio más antes de irme, que estoy deseando que pase ya.

   Por supuesto que fui a la seguridad social. Como quien va al matadero, pero fui. Expliqué mi caso. No me cubre. Me indigné. Mucho. Aún lo estoy. Me dieron ganas de cambiarme de sexo para hacer gasto. Así que tengo que gastarme ese montón de pasta. Pero bueno, no hay más remedio. 

   Tenía que estar en el hospital a las 9, en ayunas desde las 12 de la noche. Hasta ahí bien. Como es lógico, al tener que pasar la noche en el hospital, llevaba una pequeña mochilita con ropa y útiles de aseo, además del bolso de mano y el paraguas y el abrigo, porque llovía a mares. Me tuvieron peregrinando de un departamento a otro del hospital, Clínica Chip se llama, cargada con la impedimenta, hasta que me hicieron todas las pruebas preoperatorias, para las que tuve que esperar bastante , hasta que se dignaron a darme mi habitación. Todo esto, recordemos, después de pagar 5.000 euros del ala. Porque si me pasa en la seguridad social me callo. Pero de verdad que me pareció indignante.

   Lo peor de meterte en un quirófano es, como en lo exámenes orales, la espera. Aunque yo estaba tranquila, tengo que reconocer que por dentro estaba asustada. Tenía la convicción de que iba a morirme en la operación. hasta le di el testamento y los papeles del plan de pensiones a mi hermana. No me gustan nada los quirófanos, y menos habiendo anestesia general de por medio. Y mientras más tiempo pasaba, más nerviosa. Hasta las 2 de la tarde no me llevaron a operar. Lo peor, aparte del cangelo, el hambre. Me tuvieron 36 horas sin comer. No moriría por la operación, pero estuve a punto de hacerlo de inanición.
   No sé a qué hora salí del quirófano, como es normal no tengo un recuerdo muy nítido de lo que pasó después de la operación, solo algunos flashes de imágenes inconexas. Lo que sí recuerdo muy bien es el hambre que tenía cuando ya estuve del todo despierta, calculo que sobre las 7 o las 8 de la tarde. Cuando me dijeron que no me iban a dar de cenar esa noche, se me cayeron los palos del sombrajo . Me encontraba asombrosamente bien para estar recién operada, no tenía demasiadas molestias ni dolor, pero tenía hambre. Sobre las 12 de noche me dieron un miserable zumo.
   Pasé la noche bastante mejor de lo que había imaginado. Por supuesto que el suero y las vendas no ayudaban, pero fui capaz de dormir del tirón hasta las 6 de la mañana, lo cual, dadas las circunstancias, estuvo muy bien.
   Huelga decir que desde el mismo momento en que me desperté, sólo pensaba en que me trajeran el desayuno. Me dijeron que hasta las 9 no lo servían, así que me dispuse a pasar tres largas horas más de ayuno.
   Yo reconozco que no tengo ningún conocimiento médico ni sanitario, pero estoy segura que tener a una persona absolutamente sana con un suero hincado en la vena y sin comer durante 36 horas es una crueldad innecesaria. Estoy convencida de que lo harán porque de alguna forma sería más cómodo para ellos si surgiera una hipotética eventualidad. Es como lo de hacer parir a las mujeres con las piernas párriba. Esa postura es una auténtica aberración, que provoca muchas de las dificultades que se pueden presentar en un parto, pero símplemente, es más cómoda para el médico.
   Y por mucho que me expliquen, yo no entiendo por qué una persona completamente sana y consciente, tiene que tener puesto un suero para tomar los medicamentos cuando podría perfectamente ingerirlos. Por no hablar de lo del ayuno.
   Llegan las 9 y allí no viene nadie. Yo estaba francamente desesperada. Por supuesto, la cafetería cerrada y la máquina de café rota. Llamo al timbre y por fin vienen con una bandeja con un brebaje absolutamente repugnante que dicen que es café descafeinado, un bollo de pan seco y 2 botecillos de plástico de aceite de oliva. Punto. Ni una galleta maría, ni su poquito de sal, no hablemos ya de jamón. Madre mía. Estoy tan nerviosa que le echo el sobrecillo de azúcar al café cuando yo soy incapaz de tomar el café con azúcar. Tengo la sensación de que hasta me tiemblan las manos. Esto SI es ansiedad. Le digo que si no me pueden dar algo más, que estoy muerta de hambre. La enfermera o lo que sea me mira con desprecio infinito y después de unos minutos interminables me arroja con inquina una magdalena en cuyo envase reza: “sin azúcares añadidos”. Arranco el envoltorio y devoro la magdalena que pese a la desalentadora referencia de los azúcares está bastante buena. Mi hermana se había comprado un sandwich de esos que venden envasados en los supermercados y como no se lo había comido para cenar se lo pedí. En condiciones normales jamás comería semejante bazofia, pero dadas las circunstancias lo intenté. Y digo lo intenté porque a pesar del hambre que manejaba, fui incapaz de tragar aquello.
   Llegados a este punto, lo único que quería es que me dieran el alta y salir de aquél antro de tortura. Al fin sobre las doce apareció el médico, y me dijo que todo estaba bien, que vendrían a levantarme, tendría que estar sentada unos veinte minutos para comprobar que no me mareaba y ya me quitarían el suero y me podría ir.
   Los minutos se me hacen eternos esperando al celador que tiene que levantarme.
   Pasan los minutos y allí no llega nadie. Empiezo a desesperarme. Pulso el botoncito y me dicen que el celador está levantando a otro paciente. Pasan los minutos. Empiezo a cabrearme. Pasan más minutos. Tantos como 60. Una hora. Empiezo a sentir esa oleada de rabia que siempre antecede a una explosión de ira, que yo tanto detesto. Comienzo a mirar hacia el suero pero no me atrevo a arrancármelo. Ya estoy cabrada de verdad. Sobre todo después de haber pagado 5000 pavos, que se dice pronto, por estar allí.
   Al final arranco la varilla del suero que está introducida en la cabecera, salto de la cama y me planto en medio del pasillo gritando “ qué alguien me quite esto¡¡¡¡¡¡”. La estampa debía ser un tanto patética: yo en pantalón de pijama, descalza , llena de vendas, dando zancadas por el pasillo fuera de mí con el suero a modo de antorcha olímpica. Una especie de estatua de la libertad de los pacientes maltratados, vamos. Casi esperaba que de un momento a otro empezaran a salir pacientes indignados de todas las habitaciones y me siguieran enardecidos en una marcha por la humanización del gremio sanitario.
   Pero la que salió fue la enfermera, afortunadamente, porque de repente miré hacia la aguja que habían introducido en mis carnecitas y el tubo del suero se había llenado completamente de sangre. Yo, que habitualmente me mareo con una gota de sangre ajena, y si es propia me caigo redonda directamente, me quedé impávida. Creo que la mala leche que tenía acumulada me impidió marearme.
   Por fin me vi fuera de la cámara de tortura, no sin antes dejar un largo escrito en la encuesta de satisfacción que se atrevieron a darme para que rellenara. Y lo que puse, básicamente, fue que faltaba personal, porque sinceramente creo que ese es el problema de fondo. Aunque quizás no el único, claro.

1 comentario:

  1. Es fantástico como haces cómico lo que en su momento tuvo que ser dramático, en fin, de género ¿comidrama?
    Me encanta tu forma de escribir.
    Poupée

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