sábado, 12 de octubre de 2013

POLINESIA I




 Cuando aterrizo, llueve en Papeete. A pesar de que es casi la una de la madrugada, hay un grupito de músicos polinesios y una bailarina para recibirnos. Tópicos que no falten. En el aeropuerto me está esperando un chico del hotel con un collar de flores que me inserta desganado en el cuello. La verdad es que no son horas. Más tópicos. Es un chico portugués que habla bastante bien español con acento francés. Es de Oporto, y cuando le digo que soy de Málaga, me dice que el equipo de mi ciudad ha eliminado al suyo en no sé qué campeonato. El fútbol que no falte tampoco. Hasta en Polinesia.

   Paramos para sacar dinero y comprar algunas cosillas en una gasolinera, que es lo único que hay abierto. Los billetes polinesios son enormes. Cuando llegamos al hotel, me encuentro con una habiación gigantesca con un baño para mí sola. Todo un lujo después de tanto tiempo durmiendo en dormitorios compartidos. Hace una noche preciosa y paseo un rato por el jardín. El aire tiene un olor raro, no sabría decir si me gusta o no.Veo un rato la tele, que también hacía siglos que no veía un informativo y me voy a dormir. No tengo mucho sueño, porque hay dos horas de diferencia con Nueva Zelanda, y por la mañana me cuesta levantarme. La temperatura es muy agradable. Vuelta a las chanclas (bieeen) y a los mosquitos (maaal). Por cierto, estoy empezando a pensar que los mosquitos de todo el mundo están convencidos de que el repelente es en realidad un adrezo que los pobres humanos nos untamos para mejorar nuestro sabor. Alguien debería explicarles la verdad. Porfa.

   Desayuno en el hotel. No hay absolutamente nada en los alrededores y este tipo de situaciones me mata. Todo está aislado de todo y casi la única forma de desplazarse por la isla es alquilando un coche o una moto, cosas ambas que no estoy dispuesta a hacer. Tahití es la isla más grande de la Polinesia Francesa y su capital es Papeete, donde me encuentro. El nombre de esta ciudad siempre me recuerda un anuncio de Aerolineas Argentinas en que dos niños hablaban de viajar algún día a Papeete. Era muy emotivo, de esos que te dejar con las lágrimas a puntito. Ahora que lo pienso, parace que las líneas aéreas son especialistas en ese tipo de anuncio, acordaos de los de Iberia la noche de fin de año...
     Voy con Daniel, el chico portugués y una parejita de franceses a hacer un recorrido por Tahití. No es nada del otro mundo, ya estaba sobre aviso, pero ya que estoy aquí le tengo que dar un vistazo. Visitamos una cueva, una cascada , una playa volcánica donde la gente va a hacer surf, un templo sagrado polinesio, donde Daniel nos explica un poco las ceremonias que hacen y nos informa de que en muchas está prohibida la participación a los niños y, como no, a las mujeres. Otra constante que me encuentro en todas partes. No debería, pero no puedo evitar indignarme con estas cosas, aunque sea una estupidez. Nos cuenta también que hay graves problemas de violencia conyugal y de alcoholismo. Otra constante sin fronteras. Vaya con el paraíso. Pero, ¿por qué? ¿qué es lo qué conduce a tanta gente de tan diversa índole a buscar la inconsciencia, a refugiarse en el alcohol o las drogas, o en la violencia?¿Por qué esta pandemia se ha extendido a lo largo de todo el mundo, o es que siempre ha sido así? ¿qué nos falta? ¿qué nos sobra? ¿qué buscamos? Demasiadas preguntas sin respuesta. Pero es tan triste.

   Lo único que de verdad me llama la atención es un agujero en una roca que llama "la respiración de la tierra".A causa del oleaje y de algún antojo de la naturaleza se escucha un sonido realmente impresionante que parece el de una respiración de algo enorme. Y cada cierto tiempo, exhala un violento suspiro que si te pones en el sitio indicado, te empuja hasta desplazarte varios metros. Impresiona

   En el mercado de Papeete conozco a un chico polinesio que ha estado viviendo un montón de años en España y charlamos un rato. Ha vuelto porque tenía nostalgia de su país. Hay que ver como nos tira el terruño. Me río mucho escuchándole hablar en vasco.

   Papeete no es gran cosa, la verdad. Alrededor del mercado hay ambientillo, mucha gente, timbas de juego ilegal, pero creo que llevo vistos ya demasiados mercados. Siento decirlo.El tufillo de colonia francesa está presente en casi todo, pero bastante disuelto en zumo de papaya y aroma de plumaria, que aquí llaman tiaré. Casi todo el mundo, hombres y mujeres, llevan una flor de tiaré detrás de la oreja. Adoro esa costumbre. Así que lo primero que hago es imitarla, claro. Cuando me pongo una flor en el pelo o detrás de la oreja siento una sensación deliciosa, como si adquiriera superpoderes.Es casi una declaración de principios.Todo el mundo debería probarlo.

    Me encantaría comprarme una perla, las hay de todos los precios. El cultiuvo de perlas negras, después del turismo, es la actividad económica más importante. Son bellísimas. Evidentemente, las mejores son las más caras, pero a mí no me importa demasiado la perfección, me basta con que me guste, aunque no sea valiosa. Pero creo que voy a esperar a ver como termino por aquí, porque es todo terriblemente caro. Al contrario que Australia o Nueva Zelanda, que también son destinos caros, esto no está en absoluto preparado para el turismo de mochila, todo está enfocado al turismo de instalaciones grandes y lujosas, de parejas en luna de miel con alto poder adquisitivo. Hay alternativas, claro está, las pensiones de familia como las llaman aquí e incluso algunos campings, pero en general, no está pensado para gente que viaja como yo. Son especialmente problemáticos los traslados, y no entra en mi presupuesto alquilar un coche.  Así que no quiero empezar haciendo gastos innecesarios, como una perla. A pesar de todo, me cuentan que los precios han bajado bastante en relación a los años anteriores, por el descenso en picado del turismo. Polinesia es un destino caro y lejano, y en tiempos de crísis, se buscan otras alternativas.
   Por la noche, voy a cenar a una roulotte, que es el único sitio donde se puede ir a pie desde el hotel. Son unos sitios encantadores, tipo merendero antiguo, con sillas de plástico y mesas cubiertas con hules de colores. Apenas hay turistas y la comida es excelente, abundante y sorprendentemente barata. En general, la comida me está resultando deliciosa, sobre todo el poisson cru, que es una especie de ceviche de atún con un toque tropical del que me he hecho completamente adicta. Lo comería todo el tiempo. Y qué decir de las frutas y los zumos..mango, papaya, piña, coco. Los pomelos son absolutamente deliciosos. Pero también observo que hay muy malos hábitos alimenticios, consumen mucha comida basura y el problema de la obesidad llama poderosamente la atención nada más pones un pie en la isla. Me cuesta tanto creer que alguien pueda comerse una hamburguesa o un bollo industrial teniendo esa inmensa variedad de frutas tan deliciosas!
   El día siguiente lo paso entero en la playa. Hace un sol radiante
y una temperatura perfecta. Puede que las playas no se correspondan exactamente a los folletos turísticos, pero hay que reconocer que están muy bien. El agua es extraordinariamente transparente, aunque sorprendentemente fresca y casi se puede prescindir de la máscara para ver la ingente cantidad de peces que hay. Mucho ambientillo local, música, chicos tocando el ukelele. La música y la danza son muy importantes por aquí. Precisamente acaba de terminar el Heiva, que es un concurso con gran repercusión donde compiten danzantes de todas la islas. Siempre llego demasiado pronto o demasiado tarde a los sitios. En cuanto al onmipresente ukelele, parece que últimamente hay una tendencia un poco más conservadora que reivendica instrumentos más tradicionales y acusa al ukelele de no ser realmente autóctocno.Pero, por lo que se ve en calles y playas, no le hacen mucho caso. Como con los instrumentos, también hay una corriente reivindicativa y se están haciendo esfuerzos por recuperar la lengua tahitiana frente al francés, y en esto sí se están consiguiendo avances.A pesar de todo , no encuentro grandes aspiraciones independentistas en la mayoría de la gente. Los habitantes de Polinesia Francesa son franceses con todos los derechos civiles y políticos, y parece que ,en general, tienen la inteligencia de estar orgullosos de ello. Lo que no quita que quieran conservar sus costumbres, tradiciones e idioma.

Después de estar todo el día disfrutando de la playa, vuelvo al hotel justo antes de que anochezca, dispuesta a repetir mi cenita en la roulotte de la noche anterior, pero cuando llego empiezo a sentirme mal. Creo que he tomado demasiado sol. Vomitos, diarrea, dolor de cabeza. Me alarmo un poco, pero se me pasa enseguida. Pero de cena, nada. A la mañana siguiente me levanto como una rosa. Menos mal. Creo que tenía demasiada hambre atrasada de sol y me di un atracón.
   Como es domingo, hay muchos menos barcos hacia Moorea, mi próximo destino, así que estoy toda la mañana zanganeando en la piscina, eso sí, estrictamente a la sombra. Aún no soy capaz de comer nada en toda la mañana, solo un infusión. Annabel, la chica de la recepción, llama por mí al camping Nelson, donde tengo una reserva, para preguntar si hay algún medio de transporte para llegar. Ya había oído hablar de la antipatía del tipo, y la conversación con Annabel lo confirmó.Dijo que no tenía ninguna reserva a mi nombre y que como era domingo, él se iba a las 12 y poco más o menos, que me buscara la vida. Así que buscamos otro sitio para alojarme. Pensión Dina. Bien de precio, pero sin saber muy bien qué me voy a encontrar.
    Llueve torrencialmente. El barco sale a las tres. Me enfrento ilusionada a la travesía, por el nuevo destino y también por la posibilidad de ver ballenas,  aunque al final, desafortunadamente, no veo nada.

    La belleza Moorea se percibe ya desde lejos, antes de que el barco atraque.Un atolón verde intenso rodeado de arena impresionantemente blanca y agua cristalina de un azul asombroso. El puerto es pequeñito y animado. Cojo el autobús hacia PaoPao, el pueblo donde está la pensión Dina. Soy la única blanca (bueno, blanca, blanca..no diría yo). Había olvidado esa sensación. Probablemente son imaginaciones mías, pero tengo la sensación de que soy observada, de que me miran con una media sonrisa socarrona y se preguntan entre ellos en su idioma ¿ qué hará esta aquí?El conductor me avisa cuando llegamos a mi destino.

Pintando pareos

   Dina es la típica anciana extremadamente menuda, de la que uno se dice que ha debido ser una belleza en su juventud, y que aún conserva un algo de picardía coqueta en su moño enhiesto, o en sus ojos maquillados. En lugar de una habitación, lo que me ofrecen es todo un chalé para mí sola, con un baño y una cocina enorme y un jardín precioso. Casi no me lo puedo creer. Yo que me había mentalizado a compartir un dormitorio húmedo y mal ventilado con otras siete personas, y por poco más de precio me encuentro con esta maravilla. Aunque por otra parte, tengo que reconocer que en los sitios tan grandes me encuentro un poco más sola. Pero no voy a quejarme encima¡.

Hay flores exóticas por todas partes .Exóticas para mí, claro

   Me apetece muchísimo tomarme una cerveza. Aún no he probado la marca nacional así que me echo a andar por la carretera a ver si encuentro algún sitio. Nada . Todo cerrado. Después de un buen rato, diviso unos bungalows de esos sobre el agua y me dirijo hacia ellos. Si es un hotel, como imagino, tiene que tener necesariamente un bar. Efectivamente. El Hilton. Joder, me va a salir por un pico la cerveza, además, llevo una pinta horrible. Después de unos segundos de indecisión, me lanzo y entro. Buena decisión. Por poco más de 10 euros, me casco dos cervecitas deliciosas, dos platitos de chips de fruta del pan y una puesta de sol espectacular. Paso un rato estupendo, además, todo el mundo es tan simpático en esos sitios y te tratan tan amable... El día de mi cumple, igual me regalo una cenita aquí.
   Después de las dos cervecitas, cojo mi linterna en una mano, mi abanico en la otra y, ale, me voy cantando bajito a la pensión Dina. Que no es el Hilton, pero no está mal.
   No sé si es por el cambio de horario, por el clima o por cansancio acumulado, pero en Polinesia me ha dado por dormir. Tengo mucho sueño, así que aprovecho el chalecito de Dina para hartarme de dormir, y reorganizar un poco todas mis cosas, que falta me hacen. Sacar la ropa de verano, que no usaba desde Bali, hacer la colada, en fin, un poco de vida doméstica.  
   
   Al día siguiente, voy ha hacer una excursión en 4x4 alrededor de la isla. El guía es Tom, muy simpático, con una extraña mezcla de sangre polinesia, francesa y escocesa. Moorea es de una belleza apabullante. Aunque lo más evidente es su laguna, con esas aguas de unos tonos turquesas y azules que ni siquiera podía imaginar que existieran, e increíblemente transparentes, sus montañas de lava solidificada en formas insólitas y misteriosas, me sorprenden aún más, quizás porque se habla menos de ellas. En el grupo va una pareja de kiwis, Jim y Jeanette, sobre los cincuenta, con los que hago buenas migas. Me sorprende muchísimo que Jim hable francés con bastante soltura. No es fácil encontrar anglófonos que hables francés. Comentamos las innumerables similitudes de la lengua maorí con la polinesia.Al fin y alcabo, el maorí viene del polinesio.
    Visitamos algunos marae (templos sagrados) recónditos. Será una estupidez, pero en esos lugares parece haber algo especial, como si conservaran parte de su pasado. Quizás porque quienes los erigieron supieron elegir lugares con una fuerza singular. El belvedere hace honor a su nombre y nos regala una vista maravillosa de las dos bahías, la de Cook y la de Panohau.
  Atravesamos extensas plantaciones de piña, que actualmente, junto con el turismo, es la principal fuente de ingresos de la isla, desbancando a la copra y la vainilla. En Moorea , y por extensión, supongo que en el resto de islas de Polinesia, no necesitas trabajar para sobrevivir. Sólo tienes que extender la mano o hacer un pequeño esfuerzo y echar al mar una red, para tener comida suficiente para sobrevivir, El coco, que es omnipresente, es por tradición el alimento básico. Se aprovecha absolutamente todo, como decimos nosotros del cerdo. Les proporciona agua para beber, pulpa para comer, la leche que se elabora a partir de esa pulpa, el aceite que extraen de la nuez. Y la cáscara como combustible y para fabricar los más variados enseres.Con las hojas y los troncos, se construyen las cabañas.

    Esto me hace pensar que quizás los problemas de inadaptación de la población indígena tengan su explicación. Imagino a los habitantes originales viviendo sin dar golpe, cantando y danzando, comiendo frutas exóticas y pescados deliciosos, y rodeados de la belleza más exhuberante. En eso, llega un tío con un trabuco y otro con una cruz y les dicen "venga, insensatos, taparos las verguenzas y poneros a trabajar, que os vamos a enseñar cómo se vive correctamente".Creo que yo también me haría alcohólica.



    Estoy sentada escribiendo en el porche de mi bungalow en Moorea. Enfrente mía, tres gallinas tontas se disputan un trozo de pan. Una se lo arrebata a la otra, luego llega la tercera y hace lo propio. Corretea haciendo aspavientos con las alas y en un descuido, vuelve a aparecer la primera gallina y le arrebata de nuevo el trozo de pan, que cada vez está más desmedrado. Vuelta a empezar. Se pasan horas así. Me dan ganas de levantarme y decirles "pero tontas, quereis dejar de competir y compartidlo!". Lo  haría si no fuera porque últimamente intento no hablar con las gallinas.
    Vivo rodeada de gallinas, buganvillas perros, gatos, cerdos. Si cuando soñaba cuando era joven con viajar a Polinesia alguien me hubiera dicho que iba a ser así, me hubiera reído a carcajadas.Mi viaje está resultando bastante distinto de lo que esperaba, pero estoy encantada. Me gusta el campo, me encantan los animales y aunque lo que estoy viviendo no se parezca ni por asomo a lo que prometen los folletos turísticos, no puedo decir que esté decepcionada en absoluto. Quizás, sorprendida, pero no decepcionada. Y la belleza de la isla es incluso más de lo que te prometen. De noche, cuando me tumbo en el embarcadero mirando al cielo, me da pena parpadear y dejar de ver las estrellas aunque sea un segundo. Aunque no me aloje en ellos, un chico que trabaja en el Hilton me ha enseñado los famosos bungalows sobre el agua.

En los famosos bungalows sobre la laguna
Haciendo un poco el ganso
Es un punto tomar una copa con un tiburón



 Ciertamente son una maravilla, y tomar una copa con uno o varios tiburones tiene su aquél, pero no creais que los cambiaría por mi casita y mis gallinas. Aunque lo de los gallos es otro cantar, nunca mejor dicho. Aquí, en lugar de ladridos como en las casas en Europa, se escuchan constantemente los cantos de los gallos. Eso de que cantan al amanecer, como ya he podido comprobar en otros sitios, en una leyenda urbana, digo, rural. Cantan todo el tiempo los muy...... Hay uno,particularmente, que tengo la sensación de que se acerca siguilosamente a mi ventana cada cierto tiempo.Entonces se desgañita  con todas las fuerzas de las que es capaz y cuando termina, se aleja corriendo, orgulloso de su labor. A determinadas horas, y con la cabeza entre el sueño y la realidad, despierta mis más profundos instintos criminales y mi mente empieza a divagar entre degollarlo con una catana al estilo Tarantino, o abrirlo en canal y ofrecer su corazón a alguna deidad polinesia especialmente sanguiraria. Dios mío, ?estoy en Polinesia o en Villanueva del Trabuco?

Mi casita en Moorea


    Por la noche, generalmente, busco un lugar para tomar una cerveza antes de irme a dormir. La marcha nocturna en Moorea creo que no está hecha para mí. Lo único que hay es la diversión para los turistas en los grandes hoteles de lujo y una o dos discotecas donde va la juventud local. Ni lo uno ni lo otro me parece demasiado tentador, sobre todo teniendo en cuenta que hay que desplazarse de noche por la carretera. Anoche descubrí un restaurante increíble, y no precisamente por su carta. Es un sitio con una pequeña terraza que da a la laguna. Tuve la suerte de encontar a Jim y Jeanette y estuvimos charlando sobre Nueva Zelanda, sobre Moorea, sobre  España. En eso estábamos cuando observamos que varias rayas se aproximan decididas nadando hacia el embarcadero del restaurante. No lo podemos creer, pero más increible aún nos parece cuando vemos a una de las chicas que trabaja allí, bajar y empezar a llamarlas por sus nombres. Lleva un pequeño recipiente con pescado y ante nuestro asombro, se inclina sobre las rayas y empieza a hablarles, a acariciarlas y a darles los trozos de pescado. Nos explica que las conoce a cada una por su nombre, la edad que tienen y su relación de parentesco. Los kiwis y yo no damos crédito. Cosas que pasan en Moorea.

Admitimos raya como animal de compañía¿¿¿

 
    Me hace mucha ilusión dar un paseo a caballo. Me parece una forma maravillosa de conocer un poco más profundamente el interior de la isla, pero cuando pregunto, me dicen que sólo hacen excursiones a partir de tres personas. Me siento un poco decepcionada, pero al final, dos francesas de las que me he hecho amiga, Sandrine y Julie, deciden acompañarme. Son madre e hija y hemos coincidido en el hotel de Tahití y en el de Moorea, así que nos hemos convertido en lo que yo llamo "amigas de viaje". Sandrine le tiene pánico a los caballos, por eso el detalle de querer hacer el paseo conmigo tiene doble mérito. Dice que ella también está dispuesta a vencer sus miedos y superarse y que mi ejemplo le ha animado mucho a hacerlo. Bueno, al menos mi aventurilla va a servir para algo.

   Pasear a caballo por Moorea, entre plantaciones de piña y montañas de lava, creo que va a ser uno de esos recuerdos especiales a los que recurriré cuando esté de bajón al volver a llevar una vida convencional.

En cuántos sitios hay una montaña con forma de rostro humano?



Entre plantaciones de piña





   Hoy he tenido un buen día. Por la mañana, he fecundado una flor de vainilla y por la noche, he bailado el hula-hula descalza sobre la hierba delante de un montón de gente. Quién me ha visto y quien me ve.
   Las plantaciones de vainilla, aunque no tengan la importancia de antaño, aún siguen muy presentes. .Hoy he subido a comer a un restaurante desde el que hay una vista soberbia de la bahía y un jardín precioso. Perdiéndome un rato por él mientras hacía tiempo hasta la hora de comer, he encontrado a una señora muy mayor, con una corona de flores que estaba haciendo algo en las flores de la vainilla. Por supuesto, me he acercado a curiosear y la señora me ha explicado que hay que fecundar las flores a mano, una por una. Es una labor muy delicada y me he sentido realmente orgullosa cuando la señora me ha invitado a intentarlo y lo he conseguido. Ha sido emocionante.

Fecundando a mano las flores de vainilla


   El restaurante, que no es más que un chambao de caña con algunas mesas largas que se comparten, ofrece los jueves un menú polinesio a un precio bastante asequible, así que a mediodía se llena de turistas de todo pelaje, sobre todo muchos de un crucero de lujo que hay atracado en la bahía.La comida es sólo aceptable, pero los zumos naturales son una delicia.


   Y por la noche, he quedado para ver un espectáculo de danzas con mis nuevos amigos kiwis. El espectáculo resulta bastante interesante y divertido, a pesar de ser para turistas. El sitio es tan bonito y la noche tan perfecta que probablemente también contribuyan a que disfrutemos más de la música y los bailes. Ha sido muy divertido.

Y después, linterna y vuelta a mis gallinas. Estoy feliz

    
  


miércoles, 2 de octubre de 2013

DE FRANZ JOSEPH A QUEESTOWN

   Tengo la mandíbula desencajada de tanto decir ahhh, ohhh. Me paso la mitad del tiempo boquiabierta ante los paisajes que voy encontrando. Cuando ya pensaba que lo había visto todo, el trayecto de Franz Joseph a Queenstown, creo que ha sido lo mejor de toda Nueva Zelanda. En este tipo de trayectos tan espectaculares, el conductor va explicando lo que estamos viendo y vamos parando continuamente para poder tomar fotos. Tengo la suerte de que hace un día excepcionalmente soleado y las más de ocho horas de autobús me saben a poco. Cuánto me gustaría poder hacer fotos que le hagan justicia a estas maravillas, más que nada para que pudierais tener una noción de cómo es esto.




























   No tengo ni idea de porqué pero pensaba que Queenstown era una gran ciudad, tipo Auckland, y cual no es mi sorpresa cuando al llegar me encuentro con una estación de esquí venida a más, pero que no llega a ciudad. Eso sí, en cuanto he puesto pie en tierra he comprendido por qué todo el mundo me decía que tenía que venir. Está  toda rodeada de montañas increíblemente bellas, y tiene un lago precioso. También un ambiente estupendo, y una gran oferta de ocio. Y la mezcla de todo eso hace que sea un lugar francamente recomendable. Además, el Haka Lodge donde me alojo es posiblemente uno de los mejores sitios donde me he hospedado en toda Nueva Zelanda. El ambiente es genial, estoy como en casa desde el momento en que he llegado. La sala de estar tiene un sofá enorme en círculo y una pequeña cocina aparte de la grande que está en otro sitio. Por la tarde, cuando vamos llegando nos contamos como hemos pasado el día. Monty, el perrito del hostel es lo mejor, nos hemos hecho íntimos y otros huéspedes más antiguos se ponen celosos cuando prefiere instalarse en el sofá conmigo.

   Mientras cenamos, generalmente ponen en la tele comedietas de esas insoportables con risas enlatadas, pero luego va cambiando el “público” y  un chaval de Nueva York y yo ponemos Juego de Tronos y nos lo pasamos de lujo. También he conocido un chico australiano, Dan, muy majete, que está empeñado en que me vaya todas las noches de fiesta, y un chico francés encantador, Julien. Es fantástico encontrar un sitio así donde estás tan cómoda y a gusto. La oferta "estrella" de ocio en Queenstown es todo tipo de saltos salvajes y descabellados desde los sitios más inverosímiles. O barcos superrápidos que pasan a distancias suicidas de las rocas y de las caídas de agua. En fin, lo que a mí me gusta. Menos mal que también hay alguna cosa más tranqui y. sobre todo, más asequible.
   La visita obligada en Queenstown es Milford Sound, un fiordo impresionante. El trayecto en autobús desde Queenstown dura unas cuatro horas y luego dos horas en barco recorriéndolo así que pasas el día entero para la visita, pero merece la pena cada minuto.
    El autobús es todo de cristal para que puedas ir disfrutando de los paisajes impresionantes durante el trayecto. Hay otras excursiones con autobuses convencionales màs baratas, pero esta merece la pena. Paso el día con Megan, una kiwi encantadora que viaja por la isla sur con su madre, una septuagenaria con una marcha que ya quisiera yo. Comentamos divertidas que nuestros respectivos cumpleaños son muy pronto y casi consecutivos. Como Megan es profe de inglés es capaz de entenderme y hacerse entender por mí con bastante facilidad así que al fin encuentro alguien con quién comentar el asunto de los aborígenes en Australia y los  maoríes en Nueva Zelanda. Megan corrobora totalmente la percepción que yo tenía en Australia y lo diferente que veo el asunto es Nueva Zelanda. Aquí no percibo en los maorís ese “trauma infantil” que sentía en los aborígenes de Australia. Comentamos que quizás es debido a que las cosas se desarrollaron de manera bastante distinta cuando llegó el hombre blanco. Aquí los maorís eran guerreros muy agresivos y plantaron cara al invasor, consiguiendo firmar acuerdos con ellos. Digamos que la cosa fue un poco menos injusta.
   Megan y su madre han optado por hacer la vuelta a Queenstown en avioneta. Tiene que ser una pasada sobrevolar los fiordos, pero hace un días bastante nublado y desapacible y hasta última hora no les confirman si pueden volar o no.
   Además de la belleza natural del sitio, de los cientos de cascadas que jalonan los elevados acantilados de granito que nos rodean(algunos de hasta 1200 m) nos acompaña también la presencia de unos delfines enormes que juguetean alrededor del barco durante un tramo de la travesía y algunas focas que viven en las rocas de los acantilados. No se puede pedir más. Bueno sí. Que haga menos frío y humedad. Pero quizás eso ya sería demasiado pretender. Pinguinos no vimos, aunque dicen que se los puede encontrar a veces.
   Todos estos sitios son lugares sagrados con leyendas maorís que explican su creación. Por ejemplo, en el glaciar de Franz Joseph, la leyenda cuenta que una diosa a la que le gustaba escalar montañas, convenció a su enamorado para subir a una y este, en el transcurso de la ascensión, se despeñó y se mató. Y de las lágrimas de ella se formó el glaciar. Y en Milford sound, la leyenda cuenta que el dios Ma-Te-Raki fue esculpiendo toda la costa de Nueva Zelanda y como esta parte fue la última, es la que le salió mejor porque ya tenía experiencia. No soy muy buena contando leyendas.Lo siento.

   El día siguiente lo dedico a hacer algunas rutillas por la ciudad, que está llena de ellas. Nada fuerte, que no me apetece, pero muy agradables. Siento que me repito una y otra vez con los adjetivos, pero es que ya no se cual emplear. Creo que me voy a inventar uno, ya estoy cansada de los de siempre. Ampifuloso. Ala. Esto es ampifuloso total
  
   Al día siguiente, autobús hacia Christchurch. Esta vez que iba preparada para una ruta maravillosa, el paisaje me resultó un poco soso. Es que te acostumbras a ver una maravilla cada dos kilómetros, y ahora como pasen diez sin que se me desencaje la mandíbula, te dices uf, esto no es pa tanto. Además, el objetivo de este desplazamiento es la ruta en sí, porque en Christchurch no voy a estar más que una tarde para coger el vuelo a Auckland al día siguiente. El día nublado y chubascoso tampoco ayuda mucho.
   Christchurch es una ciudad marcada por el terremoto de 2011. Es desolador ver como dos años después, la ciudad está aún sembrada de solares vacíos que aún no se han reconstruido, y de edificios restaurándose. No pensaba que fuera a encontrar una ciudad tan traumatizada aún por lo ocurrido después de este tiempo. Tuvo que ser realmente espantoso lo que vivieron aquí.
    Otra casita victoriana tipo a la de Auckland para alojarme, aunque en esta sólo voy a pasar una noche. Intento salir a dar una vuelta pero está demasiado oscuro, demasiado frío y no hay un alma por las calles. Ni una. Así que desisto y me doy una ducha. Hay Internet gratis. Intento ponerme a escribir pero no me apetece nada. Me voy a la sala y me pongo a leer el libro que me regaló el librero generoso de Cairns.

   Por la mañana, autobús al  aeropuerto y vuelo sin incidentes a Auckland. Hace muy malo. El hostel ya esperaba que no me gustaría. Es una ratonera, y además, enorme. No descarto esta ciudad como futuro destino para pasar un tiempo y aprender inglés. Prefiero Sydney, pero en Auckland también estoy a gusto y la gente es muy acogedora. el problema es que para mi gusto hay demasiada gente que habla español, sobre todo chilenos, pero desde luego es futurible. Me gustan los kiwis.

   Hoy vuelo para Polinesia. Toda mi vida he soñado con ir allí. Pero no estoy tan excitada como se podría imaginar. Me hace ilusión, claro que sí, pero a estas alturas no sé muy bien si me va a gustar tanto como yo pensaba cuando era joven. Estoy casi convencida de que no Tengo la impresión de que ya me han vendido demasiados paraísos que luego no han sido tales. Creo que después de tanto viaje estoy un poco escéptica con ese tipo de destinos. Y además, estoy intranquila por el dinero. Polinesia es un destino muy caro y yo he gastado más de lo que pensaba en Australia y en Nueva Zelanda. Pero no voy a preocuparme .¿Qué es preocuparse? Tiempo perdido. sólo voy a disfrutar.
   
   Otro país, otro idioma, otras costumbres, otros problemas. A ver como me adapto.

  



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