10 de septiembre de 2012
Pasan los días y no me decido.
Es una decisión muy traumática dadas mis circunstancias económicas. No sólo no
tengo un duro, sino que además tengo sobre mis hombros una buena hipoteca de
una casa que no consigo vender. Digamos que las circunstancias no son las más
favorables. No, no me he echado atrás. Sigo en mi determinación de cambiar de
vida, pero no quiero meter la pata. Me gustaría, por una vez en mi vida, hacer
las cosas bien y sin precipitarme.
Me he puesto en contacto con
los sindicatos, muy a mi pesar. No he tenido buena experiencia con ellos en
anteriores ocasiones pero creo que tengo que
consultar como están las cosas, y la forma en que debo proceder para
plantear lo que busco.
La conversación con mi enlace
sindical ha sido un jarro de agua helada a mis aspiraciones. No va a haber
ningún ere a corto plazo, y a lo peor, ni a medio. Y, si lo hubiera, no se iba
a contemplar para mi franja de edad. Sólo para mayores de 55 más o menos, y
menores de 30. O sea, que yo me quedo fuera de todas todas.
Haber estado por un tiempo
pensando que mi sueño era factible y de repente darme cuenta de que sólo a sido
eso, un sueño, me deja absolutamente destrozada. No soy una persona llorona. Es
más, detesto la moda actual de llorar en público sin ningún pudor, incluso
haciendo ostentación, reconozco que me saca de mis casillas. Parece que ahora
se han cambiado las tornas, sobre todo para los hombres. Si antes un hombre
llorando, incluso en circunstancias que lo justificarían sobradamente, estaba mal
visto y se consideraba un gesto de debilidad e incluso de falta de hombría,
ahora, si no empiezan a hacer pucheros a la más mínima, a ser posible con toda
la parafernalia de lagrimita, mocos y voz estrangulada, parece que no tienen
sentimientos.
El caso es que yo no lloro
fácilmente, pero cuando empiezo no tengo fin. Volví de la conversación con el
enlace sindical y empecé a llorar, no podía parar. Ni de día ni de noche,
Lloraba y lloraba, una lágrimas del calibre de las monedas de cincuenta pesetas
de Franco, para quien se acuerde… Incluso, por supuesto, en la ventanilla.
Entrar a una sucursal bancaria y encontrar a la cajera llorando a moco tendido
tiene que hacer una impresión bastante extraña supongo.
Ante esta situación, una mañana
mi jefe me llamó al despacho. Entre lágrima y lágrima le conté la verdad. Ya
sabemos que no valgo para mentir. Quiero irme. Del trabajo, de Marbella, de
España, del planeta. Necesito poner tierra de por medio. Necesito cambiar de
vida. Necesito conocer países nuevos, costumbres nuevas, culturas, gentes,
comidas, olores nuevos. Ya está. Ya lo he dicho.
El pobre chico es muy buena
gente. Sólo lleva un par de meses en la oficina, y todavía no nos ha dado
tiempo a establecer un vínculo de amistad demasiado fuerte, aunque hay buen
rollo. Yo reconozco que lo mío es un marrón para él, y lo siento. Pero qué
puedo hacer.
Me propone, como cualquier
persona cuerda haría, soluciones intermedias menos radicales que dejarlo
todo. Una excedencia es imposible, porque no tengo dinero, y yo necesito algo,
aunque sea poco, para vivir más o menos durante un año, que es el tiempo que yo
calculo que será suficiente para recomponerme, por así decirlo. Permiso sin sueldo, lo
mismo. Llama a la dirección territorial. Les explicamos mi situación pero de
una forma confidencial, yo no quisiera levantar aún la liebre, porque una vez
que yo plantee que quiero irme, las cosas pueden ponerse muy desagradables para
mí.
Después de intentar disuadirme,
yo explicar mis motivos y circunstancias, y que estos fueran comprendidos, me
proponen solicitar una baja incentivada. Es algo parecido a una desvinculación. Podría ser una solución.
20 de septiembre de 2012
Parezco otra persona. Me vuelvo
a sentir feliz, he dejado de llorar. Incluso en el trabajo soy capaz de rendir
un montón, y todo el mundo lo nota. Pero les digo que no se hagan ilusiones.
Esto es sólo un espejismo producido por la esperanza de poder irme. No quiero
ni pensar en las consecuencias si no sale bien. No sólo en mi estado de ánimo,
sino también en el plano laboral. Añadido a que tendría que seguir trabajando,
lo que por sí solo ya me parece motivo de suicidio, por lo menos, a partir de
ahora estaría señalada. “Ellos” ya saben que no estoy a gusto y que me quiero
ir. Hay muchas posibilidades de que empiecen a hacerme la vida imposible y
tienen infinidad de formas de hacerlo.
Pero yo no voy a pensar en eso.
Durante el día estoy feliz, pensando que todo va a salir estupendamente. Pero
por las noches, cuando me acuesto, me acosan los terrores. Me despierto
continuamente, sobresaltada. La (pequeña y despreciable) parte cuerda de mi
cerebro empieza a hablarme “tú estas loca”.”¿te das cuenta de lo que vas
hacer?””¿eres consciente de la situación económica que tienes tú en particular
y de la que hay en general?””¿adónde vas a ir tú con cuarenta y seis años y sin oficio ni
beneficio”?. Noches largas y horribles.
Pero luego amanece y me siento
capaz de todo. Capaz, esa es la palabra. Me siento capaz de trabajar y de
aprender y de mejorar y crecer como persona. Y tengo muuuchas ganas de todo
ello. De lo que no me veo capaz es de seguir viviendo como hasta ahora,
desperdiciando mi vida, y acabar convirtiéndome en una persona amargada, como
veo tantas a mi alrededor, o loca. Si al menos tuviera a seguridad de que me
volvería loca del todo, quizás podría soportarlo. Pero estoy segura de que en
mi locura, me sobrevendrían a veces momentos de lucidez, en los que me daría
cuenta de lo que he hecho con mi vida, de que ni siquiera me he atrevido a
intentar hacer lo que de verdad quiero, y eso sí que no podría soportarlo.
Yo nunca he sido muy dada a buscar ayuda exterior para sobrellevar mis problemas, pero esta vez me he visto un poco sobrepasada por todo y he tenido que claudicar.¿a quién o a qué recurrir? No soporto los libros de autoayuda, perdí la fe hace tiempo en los psicólogos y me niego rotundamente a tomar ningún tipo de fármaco. Así que cuando una amiga me comentó que tenía una amiga coach, me sentí intrigada. No tenía mucha idea de lo que se trataba, pero tampoco había nada que perder.
Pilar (la amiga coach de mi amiga), me invitó a una sesión gratis y decidí probar. Fue sorprendente. Todavía ahora me cuesta un poco definir lo que es el coaching, pero creo que se podría decir que es algo que te hace encontar las respuestas y las soluciones por ti mismo, haciéndote ver que están dentro de ti. Y tengo que confesar que las sesiones con Pilar, y también la amistad que posteriormente hemos desarrollado, han tenido mucho que ver con las decisiones y los cambios que he llevado a cabo en mi vida. Pilar es de esas personas que antes decía que me hacían ver las cosas fáciles y posibles, y que no estoy sola, que hay mucha gente que toma decisiones como la mía o incluso más difíciles. Os recomiendo que os deis una vueltecita por su página si os apetece saber más sobre el tema.http://www.coachingydesarrollo.org
Mi valiente cris, imagino tu ilusion porque hasta yo lo estoy, con este blog vamos a seguir tus pasos y ojala en unos meses podamos acompañarte unos dias en tu viaje.
ResponderEliminarUn beso Reina Mora...te seguimos...
Mati (de anonima nada, que no tengo narices de acordarme de la contraseña de gmail)