No podemos dormir mucho a
causa del calor. La adolescente nos sirve el desayuno deshaciendose en sonrisas
y amabilidad. Seguro que se lo pasó bien anoche. No hay rastro de ningún otro
miembro de la familia y nos vamos a dar una vuelta por la aldea.
Jackfcruit. Está deliciosa y a veces alcanza tamaños enormes |
Una casa de Koh Trong |
Nuestra estancia en Ko Trong ,a pesar de
que con nuestra familia no hemos tenido mucho éxito, tiene un balance positivo.
Estuvimos todo el tiempo recorriendo la isla, curioseando las viviendas, con la
gente, que aunque no hablaban tampoco ni una palabra de inglés, al menos tenían
voluntad de comunicarse, que es lo más
importante. Por supuesto, la casa dónde nos alojábamos no tenía nada que ver
con el resto de las que vimos. La nuestra era el palacio de Buckingham al lado
de las demás. También hay una pequeña aldea flotante, pero como estamos casi al
final de la temporada seca, el Mekong tiene mucho menos caudal y está todo un
poco seco. No pudimos acceder a ella.
Aldea fotante |
El Mekong. No puedo evitarlo
pero me suena exótico. Sin desmerecer a nadie, hay que reconocer que no resulta
lo mismo decir que vimos amanecer sobre el Mekong que sobre el Pisuerga. Hay
nombres que suenan exóticos y otros no. Hay veces que me dan ganas de conocer
un sitio sólo porque su nombre me suena bien. No es que sea un criterio muy
riguroso, pero a quién le importa. El Mekong además, nos va a acompañar por
todos los países que tenemos intención de visitar, así que casi va a ser un compañero más de viaje.
Es una pena, pero a pesar de ser
la fuente de subsistencia de millones de personas a lo largo de su recorrido,
esta artería de vida está gravemente amenazada por varios factores. Por una
parte la contaminación. Por aquí no se puede decir que haya mucha conciencia
ecológica que digamos. Más bien ninguna. Por otra, la deforestación feroz que
está sufriendo Camboya debido a talas ilegales en las que parece que está
implicado el gobierno. Por cierto, un ecologista que encontró
pruebas de esta deforestación ha sido asesinado en circunstancias poco claras. Blanco y en botella.
Y por último, el exceso de presas que se están construyendo a lo largo de su
cuenca para proveer de electricidad básicamente a China, cuyo crecimiento
económico y demográfico hace que necesite cada vez más y más energía. Por
supuesto, cuando me enteré pensé que es un error identificar
necesariamente más desarrollo con más electricidad, que el precio a pagar es
demasiado elevado, pero ahora, mientras escribo en pleno corte de corriente, a
estas temperaturas, sin luz, aire acondicionado, ni nevera, no lo veo tan
claro. Aún así, estoy segura de que se podría encontrar una solución intermedia.
Las presas además no afecta sólo al caudal del río, modificando
las crecidas que fertilizan los campos de arroz, sino también al lago Tonlé Sap,
en el centro del país y el mayor del sudeste asiático. Las consecuencias
ecológicas a largo plazo pueden ser terribles e irremediables, considerando la
enorme cantidad de personas que dependen de él para su subsistencia de forma directa
o indirecta.
Mientras cruzamos de nuevo hacia Kratie, miro
el cauce del Mekong y pienso que tiene un futuro casi tan incierto como el mío.
Aunque sensiblemente más importante.
Nuestro próximo destino es
Phnom Pehn, la capital. Ya estamos hechos unos expertos a la hora de negociar
los traslados, así que nos aseguramos (dentro de lo posible, claro) de que no
vamos a tener ninguna sorpresa desagradable. Incluso nos dan los asientos
numerados, como en el cine.”one person, one sit”, nos asegura el chico de la
agencia. Como un hombre un voto, pero en plan supervivencia espacial.
Nuestra guest house en Phnom
Pehn está muy bien situada y la ciudad, en la primera impresión, no me
desagrada, a pesar de que ir de una zona rural a una gran ciudad siempre te deja un poco desorientada. Pero Phnom Pehn no es excesivamente grande.
Después de instalarnos, nos
vamos a dar una paseo por el río, (volvemos a reencontrarnos con el Mekong) y por
las inmediaciones del palacio real, donde podemos ir caminando desde la guest house. Hay mucha gente
, tanto turistas como locales, y mucha animación, aunque a la vuelta el
ambiente de la orilla del río se torna un poco dudoso en ciertas zonas.
Al día siguiente, nuestro primer
destino es el museo del genocidio. Un antiguo colegio convertido por los
jeremes rojos durante los años que estuvieron en el poder, en un lugar de
interrogatorio y tortura. Me he debatido hasta el último momento en si hacer
esta visita o no, pero al final me he decidido. Ya me pasó en Berlín hace unos
meses con la visita a un campo de concentración y al final también me decidí.
Si estoy dispuesta a enfrentarme a todas mis limitaciones y vencerlas, no tengo
más remedio que hacerlo. El problema es que cuando entro en uno de estos sitios
es como si se me vinieran encima todo el dolor y el sufrimiento que han
presenciado sus paredes. No lo puedo evitar. Siento como si se me pegaran a la piel y a los ojos y
a la cabeza y me oprimieran hasta dejarme sin respiración.
El antiguo colegio consta de
varios edificios a los que sus nuevos inquilinos dieron diversas utilidades a
cual más macabra y espantosa. El patio del colegio también fue utilizado como escenario
de interrogatorios y torturas, aunque también se llevaron a cabo aquí un número
escalofriante de ejecuciones. Hay varias salas llenas de fotografías de las
víctimas, mujeres, niños, ancianos. Nadie escapaba a la sinrazón de la locura y
la monstruosidad llevada hasta el límite. Me sorprende que haya necesidad de
poner unos carteles en los que se prohíbe reír. No creo que haya nadie a quién
le queden ganas de reír aquí.
Hay otra sala dedicada a los
ejecutores. Uno de ellos, precisamente acaba de morir hace unos días. A los 87
años. En su cama. Sin haber escuchado su sentencia y casi en la más absoluta
impunidad. Cada vez que un genocida muere impune, la humanidad entera, no sólo
las víctimas directas de la atrocidad, debería estremecerse de vergüenza. Fernando
me había comentado sobre el juicio que hace años (cuando me dijo cuántos creí
haber escuchado mal) se lleva a cabo contra los principales responsables del
genocidio. Son todos octogenarios y da la impresión de que están dejando pasar
el tiempo para que se vayan muriendo sin ser juzgados. Y lo peor es que el
coste del juicio (o de la pantomima de juicio) asciende a más de cien millones
de dólares. Me parece una obscenidad y un insulto a los camboyanos en general y
a las víctimas del genocidio en particular. Parece ser que hay demasiados intereses
cruzados para que este juicio no se lleve a cabo, y no sólo de la cúpula de
partido gobernante, la mayoría de cuyos miembros tiene un pasado ligado a los
jemeres rojos. Tampoco Estados Unidos o Tailandia están demasiado interesados en que
pueda salir a la luz alguna de sus actuaciones poco claras en esta historia.
El caso es que hasta hoy sólo
se ha dictado sentencia para uno de los acusados. Desde el 2006 .No se puede
decir que se estén dando mucha prisa. Un funcionario de bajo rango, además. Los
principales responsables siguen impunes. En general, me parece percibir en la
mayoría de la gente un más que justificado desencanto respecto al tema del
juicio, incluso mezclado con una cierta resignación. Y no me extraña. Cuando no
hace mucho se ha salido de una pesadilla, casi cualquier situación parece
aceptable, aunque no lo sea. Alguna gente prefiere olvidar e intentar llevar
una vida lo más normal posible. Pero no hace falta rascar demasiado la pátina
de normalidad para darse cuenta de que no existe: con el líder de la oposición
en el exilio después de sufrir varios intentos de asesinato, con gente que
muere por destapar actividades delictivas, con un primer ministro ( que cada
vez me recuerda más al Gran Hermano) que se ventila a sus rivales hasta dentro
de su propio partido con la coartada de la lucha contra la corrupción, con
miles de familias arrancadas de sus tierras para venderlas a intereses
extranjeros justificándolo como necesario para el desarrollo, no se puede decir
que haya “normalidad”. Lo atroz de lo que hubo no puede justificar lo que hay. No debe.
A la salida compro un par de
libros escritos por víctimas del genocidio. Necesitamos un buen rato para
recuperarnos de la visita. Nadie habla, cada uno de nosotros perdido en sus
propios pensamientos. Yo no puedo parar de preguntarme si este tipo de cosas sirve
para algo. Quiero pensar que sí.
Después de visitar el mercado
central y una pagoda que no me parecen nada del otro mundo, comemos en Friends,
un restaurante que se dedica a coger niños de la calle y darles una formación
en la hostelería para que puedan cambiar su futuro.
Cúpula de mercado central de Phnom Pehn |
Interior del mercado |
Por la noche, después de unas
copitas en una terraza con vistas al río, paseíto por la riverside y por el
mercado nocturno, que nos encanta. Nada que ver con el de Siem Reap que parecía
Torremolinos 73. En este prácticamente sólo hay gente local, que van a comprar y
comer en familia. El ambientillo es muy agradable. Y decidimos darnos un
pequeño homenaje en un restaurante precioso que hay en la orilla del río.
Al día siguiente a medio día, nos vamos rumbo
a Kep, en el sur, así que me dispongo madrugar y aprovechar la mañana visitando la
instalaciones de la ONG “Pour un Sourire dÉnfant”. Conforme mi tuk-tuk se va alejando
del centro, la zona se va volviendo cada vez más deprimida. Cuando llego, me
adjudican una chica que será mi guía durante la visita al centro y que se parte
de risa con mi acento al hablar camboyano. Porque, igual que el tailandés se me
resistió hasta el final (volveré a intentarlo, no lo dudeis) el camboyano
se me da divinamente. Bueno, las cuatro palabras que he aprendido a decir,
claro. Aunque mi acompañante , de nombre impronunciable, se tronche de risa
cada vez que digo alguna de ellas. Se empeña en hablar conmigo en inglés,
aunque no la entiendo muy bien, pero dice que tiene que practicar y que en
francés está hablando todo el tiempo. Entre uno y otro idioma, y el universal
de los signos, conseguimos entendernos bastante bien.
Para empezar, la chica me
cuenta el origen de la institución. En 1993 una pareja de franceses descubre
las terribles condiciones de vida de los niños que trabajan y viven en el
vertedero de Phnom Pehn y quedan tan conmocionados que deciden montar una escuela
y un comedor allí mismo. Unos años más adelante, consiguen levantar las primeras
edificaciones del sitio donde estoy hoy, y poco a poco van creciendo y
aumentando las instalaciones e infraestructura. Pronto se dan cuenta que
enseñar a los niños a leer y escribir no es suficiente para sacarlos de su
destino, porque muchos vuelven a trabajar en el vertedero cuando terminan sus estudios. Así, empiezan a ofrecer también formación profesional y a ayudarles
a encontrar trabajo en empresas locales. Actualmente tienen concierto también
con algunas universidades de Camboya en la que los chicos formados aquí pueden
acceder a algunas titulaciones. Mi cicerone me cuenta orgullosa que ella está
estudiando enfermería.
Comedor |
Las instalaciones son impresionantes y está todo magníficamente organizado. Hay guardería, clases para niños con discapacidad, asistencia psicológica para los niños que han sufrido abusos o maltrato. Hay también un edificio dónde están los niños que tienen problemas con la droga. Me parece muy acertado además, que impliquen a as familias de los niños, porque es a única forma de que todo esto sirva de verdad. Para que les permitan asistir a case, la organización da a las familias una ayuda alimenticia, generalmente en forma de arroz. También hay un restaurante que se llama "el loto blanco" dónde los alumnos de hostelería hacen sus prácticas.
Tengo la mala suerte de hacer la visita un sábado, con lo que la mayoría de las clases están cerradas, pero aún así hay un montón de chicos y chicas uniformados, porque en secundaria sí hay clase, y las instalaciones deportivas, que son enormes y muy bien equipadas, están repletas de niños y jóvenes practicando diversos deportes.
Creo que aquí eran las clases de primaria |
Me impresionan las instalaciones dedicadas a la
formación profesional.
Las instalaciones para a formación profesional de mecánica |
Hay un ambientillo distendido y
festivo, no sé muy bien si porque es sábado o porque muchos de los niños están
preparando sus actuaciones de cantos y danzas tradicionales para una fiesta
benéfica que tendrá lugar el viernes próximo. Ver tanto chiquillo sonriente y
feliz y pensar que hay gente capaz de conseguir cambiar el destino que les
esperaba, no sé, me reconcilia un poco con la raza humana.
Preparando una fiesta benéfica con cantos y danzas tradicionales |
Así que viendo que aún tengo
aún un poco de tiempo, negocio con mi conductor de tuk-tuk la visita a the
killing fields, que ayer no nos vimos con ánimo de afrontar.
Estoy envalentonada cuando
pienso que la visita es en un espacio abierto, pero cuando llego toda mi
valentía se viene abajo y casi agradezco no tener demasiado tiempo. Creo
entender que aquí es donde traen a las víctimas para ejecutarlas después de los
interrogatorios y la tortura, aunque en el antiguo colegio que vimos ayer
también se llevaron a cabo muchísimas ejecuciones.
Por más que
te cuenten, por más que leas, por más que sepas, siempre hay una monstruosidad
nueva, una nueva barbaridad que no conocías. Montañas de cráneos y huesos desenterrados de las fosas comunes, urnas
con ropas de la víctimas. Hay un árbol que llaman de los niños, dónde golpeaban
a los recién nacidos hasta que morían. Otro árbol era dónde ponía altavoces con música para que no se escucharan los gritos de los
ejecutados. Para ahorrar munición, muchos era asesinados con armas blancas o
directamente a golpes. Al final hay un pequeño edificio dónde te ponen un
documental de cómo se encontraron las fosas. También aquí hay fotos de los
genocidas y hablan del juicio al que los están sometiendo. No sé si estoy más
asustada, horrorizada o indignada. No sabría elegir. En lo único que pienso es
en estar en otro sitio.
A mediodía partimos hacia Kep.
Viajamos a través de aldeas rurales. Cuando piensas que has visto el poblado
más pobre y desolado, el siguiente que ves lo supera. Sin embargo, el paisaje
es espectacular, me gustaría saber cómo será en la estación húmeda, porque
supongo que todo cambiará bastante, pero aún ahora es precioso. Y las bodas.
Pasamos por infinidad de bodas, que celebran muy ostentosamente y con una
estética, bueno, dejémoslo en dudosa. Parece ser que es la temporada de bodas
en las zonas rurales y el autobús a veces tiene incluso que desviarse para
esquivar la parafernalia montada por algunas. Y duran al menos dos o tres días.
Kep nos ha preparado una
espectacular puesta de sol sobre el mar para recibirnos, lo que, dada mi
debilidad por este tipo de espectáculos, me predispone de inmediato a su favor.
Puesta de sol en Kep |
Y cuando llegamos a la guest house nos encontamos un paraíso de jardines, hamacas
y bohíos que nos parece el no va más. Pero pronto descubrimos que las
apariencias engañan. Es como cuando conoces a un chico muy guapo que te deja
sin respiración nada más verlo, pero luego todo se queda ahí, en la fachada, y el resto es
decepcionante. Pues así es este sitio. Decidimos quedarnos a cenar porque ya es
tarde y estamos cansados. La comida es horrible.Y cara. Hace un calor sofocante
y decidimos ir a dar una vuelta. Primero descubrimos que no podemos ir a
ninguna parte sin moto o tuk-tuk y luego, que el sitio dónde hace más calor es
justo en nuestros jardines. Fuera corre una brisita muy agradable. Cómo pueden
engañar las primeras impresiones, caray¡
Lo del museo y los ancianos octagenarios esperando un juicio que está planeado para prolongarse indefinidamente me deja helado. Me parece increíble que exista algo así en el mundo. Ahora se que existe gracias a tus palabras, probablemente en México también lo haya pero no es tan fácil obtener la información.
ResponderEliminarSigo leyendote.
¡Animo en tu viaje! ¡Llega lo más lejos que puedas y nunca mires atrás!