Cuando planeamos de qué manera llegaríamos a nuestro destino, los tres estuvimos de acuerdo en que queríamos hacer del camino un regalo más. No nos planteamos ni por un momento coger un avión a Grenoble o a Lyon, sino disfrutar del trayecto y hacerlo relajadamente. No nos apetecía nada darnos una paliza de coche y llegar a Saint Pierre de la forma más rápida. Así que nuestra primera parada, en donde solo pasamos la noche fue un pueblo de Zaragoza, en los Monegros llamado Bujaraloz. Ya allí notamos el fresquito premonitorio de lo que nos esperaba, en contraste con el calor del "veroño" malagueño.
Nuestro siguiente destino es Carcasson, esa bellísima ciudadela medieval, de la que guardaba un estupendo recuerdo. Llegamos a una hora en la que el exceso de turistas nos impidió disfrutar de un buen paseo y de la visión mágica de las murallas desde el puente viejo. Algún día alguien se dará cuenta del efecto patético que produce entrar en una fortaleza medieval y encontarla llena de franquicias. Espero.
Aún así me deleité con un maravilloso casulette, plato típico de la zona, contundente donde los haya y que podría recordar un poco a la fabada.
Pasamos la noche en Beziers, que nos ofreció una temperatura muy paseable para noviembre. Sin embargo, por la calle, ni un solo francés. Solo nosotros y buena parte de la comunidad inmigrante, árabes en un mayoría. El peso de las costumbres, supongo.
Decidimos desayunar frente al mar al día siguiente, y para ello nos encaminamos a Sète. En el trayecto, nos topamos en varias ocasiones con el Canal de Midi, la via fluvial que va desde Sète a Toulousse y allí se une al Canal de los dos Mares, que llega hasta el Atlántico. Varios amigos han hecho la navegación y yo, viendo estos impresionantes paisajes, me lo apunto como cosa imprescindible a hacer antes de cascarla. Dicen que no hay que saber navegar y que es una experiencia maravillosa. Solo se necesitan dos personas para abrir y cerrar las esclusas, así que la aventura en solitario queda excluida.
Sète nos sorprende con su belleza áspera y elegante a la vez, con una mezcla de rudeza portuaria y delicadeza veneciana. Disfrutamos de un delicioso desayuno con vistas a uno de sus canales. Vuelvo a constatar que los croissants en Francia saben mucho mejor que en ningún sitio.
Nos encanta el ambiente del mercado, ya sabéis que son una de mis debilidades. Con el sabor en nuestras bocas de unas deliciosas ostras, nos dirigimos hacia Aix-en- Provence.
La antigua capital de la Provenza está también tomada por los turistas. Es sábado, hace un día soleado y las calles, los comercios y los restaurantes bullen de gente. Qué contraste con la desiertas calles de Beziers. Aix en una ciudad pequeña y muy agradable. No se puede decir que su atractivo resida en algún monumento especial. Es más bien el ambiente en general de sus calles, en sus incontables fuentes y en el encanto de muchos de sus edificios. Hay una concentración de moteros que hacen de las suyas en una de las avenidas principales. Sus humos y petardeos están bastante fuera de lugar en esta ciudad. Bueno, a mí me parecerían fuera de lugar en casi cualquier sitio, la verdad.
Es difícil hacerse una idea de una ciudadcuando pasas solo unas horas en ella. Probablemente, la impresión que te lleves sea poco acertada y aún así, te acompañará para siempre, o al menos hasta la próxima vez que el torbellino de la vida te arrastre a ella. Yo sostengo que las filias y las fobias hacia las ciudades que conocemos dependen básicamente de cómo lo pasemos en ellas. Así que, afortunadamente, yo estoy teniendo muy buena impresión de todas las que llevamos visitadas.
La Costa Azul es uno de esos lugares que siempre digo que quiero visitar, pero donde nunca me decido a ir. Me parece adecuado conocerlo como estamos haciendo estos días, de pasada y sin muchas pretensiones de profundidad. Saint-Tropez, Niza, Mónaco, me traen a la mente imágenes de galanes trasnochados haciendo ski acuático, señoras maduras enjoyadas con caniches en su regazo y deportivos rojos circulando a toda velocidad por carreteras sinuosas. Tópico, ya lo se, pero qué queréis, es lo que tiene el subconsciente, que tira mucho del imaginario colectivo.
Dispuestos a renovar clichés manidos, nos encaminamos a Saint Tropez. como cabía esperar, ni rastro de galanes ni de señoras con turbante. Deportivos rojos sí que vimos, en el tremendo atasco que tuvimos que soportar para acceder a la ciudad. Era el día de una especie de rastro de saldos invernales y había una concentración de gente digna de primer día de rebajas en unos grandes almacenes. Nos chocó que nos registraran para acceder al mercadillo, que estaba en plena calle. Apostados en algunas esquinas, polis con metralletas enormes. Triste legado de los tiempos que vivimos. Triste e inútil, además.
El paseo por el puerto es como todos los paseos por todos los puertos deportivos ricos del mundo. Si hay algo que me aburra más y que me provoque más rechazo que el lujo, es la ostentación. Las callecitas del casco antiguo, sin embargo, son verdaderamente agradables de pasear.
El buen tiempo nos está acompañando durante todo nuestro recorrido. Hacemos acopio de calor y de luz solar en previsión de lo que nos espera en las montañas.
Montecarlo es nuestra siguiente meta. Cuando contemplo la panorámica de interminables rascacielos hacinados con apenas unos metros de separación entre unos y otros, dos preguntas me vienen a la cabeza. Una es: ¿ Cómo es posible que se pagen cifras astronómicas por un metro cuadrado en esta colmena claustrofóbica? La otra, ¿Cuándo anduvo Jesús Gil por aquí?
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Montecarlo |
A pesar de todo, la caminata por el paseo marítimo y la ascensión a Mónaco Ville, la ciudad vieja, resulta muy agradable. No hay nada que no se arregle con buena compañía. Si hubiéramos tenido más tiempo, me hubiera gustado visitar el Museo Oceanográfico.
Niza nos espera para dormir, pero, después del día tan intenso que llevamos, tendrá que seguir esperando hasta el día siguiente
P.D. Prometo muchas más fotos para las siguientes entradas. He borrado sin querer todas las que tenía de esta parte del viaje ( mi vieja e inveterada pelea con los puñeteros cables y los malditos botones)